En la cima de Arrate, la mítica subida del País Vasco, que sirvió como meta de la tercera etapa de la Vuelta el pasado lunes, los ciclistas volvieron a encontrarse con otro nuevo santuario. Es el segundo de los dos que hay en el recorrido del día. Tras el Santuario de la Virgen de Dorleta, patrona de los ciclistas, se encontraron con el de la Virgen de Arrate.
La patrona de los ciclistas fue seleccionada por un comité, y fue ratificada por la Federación Española de Ciclismo, después de muchos años de burocracia, y cuando ya la Iglesia la había reconocido como tal. La historia de la Virgen de Arrate es muy diferente.
Según la leyenda, la Virgen Santa se apareció a una niña que pastoreaba en el lugar de Arrate, en 1442. Los vecinos deseaban honrar la aparición de la Señora construyendo una iglesia en la cumbre, pero Arrate es un monte muy alto, y no un lugar fácil para construir. Para levantar un edificio digno de la Virgen tendrían que transportar pesadas piedras arriba de la montaña, además de llevar herramientas y otros materiales. También, hombres y bestias de carga tendrían que trepar las rampas para ir a trabajar por la mañana, y descender agotados de nuevo cada noche.
Para hacer la situación más cómoda, la gente abandonó el lugar donde la Virgen se había aparecido a la pequeña pastora, y se dispuso a construir la iglesia en Azitain, el pueblo al pie de la cumbre. A la Virgen no le gustó mucho esta maniobra. De hecho, se ofendió profundamente, y decidió tomar medidas directamente.
Una noche, la Virgen se transformó en un ángel, y bajó del monte. Trajo consigo una carreta y un par de gigantes bueyes blancos. Mientras la gente de Azitain estaba durmiendo, la Virgen puso varias de las piedras de la obra en la carreta, y mandó que los bueyes las empujaran arriba, hasta Arrate.
La gente del pueblo notó que las piedras estaban desapareciendo del lugar y reapareciendo en Arrate, pero no pudo explicárselo. Más y más piedras, noche tras noche, aparecieron en la cima del monte. De madrugada, una mujer oyó ruidos extraños, y se levantó. Miró por el ojo de la cerradura de su casa, y vio a la Virgen y los bueyes llevando las piedras hasta Arrate, arropados por una luz brillante.
La Virgen se enfadó con la gente del pueblo, porque habían decidido construir el templo alejado del lugar que ella había elegido. De repente se puso colorada, y como castigo, dejó tuerta a la mujer indiscreta, se dio media vuelta y regresó a la cumbre sin necesidad de dar miles de pedaladas como tienen que hacer los ciclistas para coronar la cima. Ella, milagrosamente, de tres zancadas se plantó en la cumbre de Arrate.
Desde aquel día, los pasos de la Virgen caprichosa y enojada vinieron señalados por tres humilladeros (tal vez tres cruces), repartidos a lo largo de la subida a la sagrada cumbre. Finalmente la gente de Azitain, venciendo la pereza inicial, construyó diligentemente el santuario en la cima del monte Arrate.